jueves, 5 de agosto de 2021

Con faldas y a lo loco

 

En la loca batalla a lo largo de los siglos entre los medios de agresión y los de defensa personal, se han ido sucediendo muy diversas soluciones para proteger las zonas más complicadas. En tiempos ancestrales las armaduras, ya fueran de metal o de fibras vegetales o animales, cubrían básicamente el pecho y/o la cabeza. Las siguientes zonas que comúnmente se cubrían eran los antebrazos y las piernas. 

 

En estas zonas la protección tendía a ser una plancha de material, con la forma ligeramente acomodada y atada al cuerpo por el medio que fuese, pero entre estas zonas quedaban muchos huecos sin cubrir, especialmente las articulaciones, que eran muy complejas de proteger precisamente por su movilidad. 

 

El primer gran avance para cubrir correctamente estas zonas fue la cota de malla. Un tejido que se podía deformar, pero que a pesar de ello mantenía sus características de protección.

 

El siguiente paso fue unir pequeñas piezas de metal entre si por cordones formando una suerte de manta metálica. Esta solución, muy extendida en el este, ofrecía una protección decente pero era bastante aparatosa y pesada.


La solución definitiva llegaría con las articulaciones metálicas. Gracias a un profundo estudio de la anatomía humana y al avance de las técnicas de trabajo del metal, se logró unir planchas de metal que quedarían ceñidas al cuerpo y se amoldarían al movimiento ofreciendo movilidad y protección.

 En este sentido podemos pensar en las protecciones de las rodillas, o incluso en los guanteletes armados, especialmente los de estilo gótico, como buenos ejemplos de protección de acero para zonas complicadas, pero hay otra zona dificil y esa zona es la cadera.

 

Hasta el siglo XIV la cadera se había protegido con cota de malla en el mejor de los casos, pero a finales de este siglo empezó a aparecer en Europa lo que se conocería como faldón o falda. 

Esta protección comenzaría en la cadera anatómica (el hueco entre las costillas flotantes y las crestas de la cadera) donde termina la protección de la coraza, y podría tomar multitud de formas y tamaños desde faldas que se abrían en cono como si fuese una suerte de andador medieval, hasta los estilizados faldones de las armaduras de estilo gótico que cubrían poco más que las crestas ilíacas y el bajo vientre.


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los faldones se componían de láminas de metal colocadas horizontalmente cubriendo la mitad del cuerpo y unidas a otra lamina que cubría la otra mitad. Se sostenían verticalmente por remaches o por correas y una vez cerradas ofrecían un cono de protección que permitía prácticamente toda la movilidad. Las más restrictivas eran las que más bajaban quedando pegadas a las piernas, ya que están no permitían apenas la apertura de las piernas.

 


Los faldones de mi coraza estarían inspirados en la armadura Avant, de la colección de R.L.Scott, en Glasgow (imagen de portada), y digo inspirados porque como veremos distan mucho de ser igual. En mi caso, y fruto de la experimentación sobre la marcha en función de los resultados, la parte delantera y la trasera tendrían distintos modos de articulación y suspensión y por ello tampoco se encuentras unidas las placas delanteras a las traseras.


Veamos el recorrido de la forja de estos faldones:


Lo primero que habría que hacer es sacar las plantillas de las láminas. Esto podría parecer fácil hasta que te pones a pensarlo, ya que no son láminas apiladas en un eje vertical, sino que la falda en si es una sección de cono, por lo que la plantilla a sacar no es una línea recta, sino curva. Cuando más se separe de la línea recta, más pronunciado será el ángulo del cono. Otra cuestión a este respecto sería que si partimos de la cintura natural, cada lámina tendrá que tener una curvatura distinta ya que tendríamos que ir siguiendo el contorno de la cadera, pero esto a mi no me daría mucha guerra ya que mi coraza no es histórica y por tanto termina en la cintura moderna, no en la anatómica, y el faldón tiene un ángulo prácticamente uniforme.

 

 

Una vez las plantillas están hechas, cortamos las láminas del chapón de galvanizado de 1mm con tijeras de chapa. Para quitar las arrugas del corte aplicaría cariño con el martillo de nylon sobre un tocón de madera.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La primera lámina, la que conectase el faldón delantero con la coraza, es la más complicada por el cambio de ángulo que antes comentaba. Venimos de una coraza que termina vertical y pasamos a una falda que tiene una cierta inclinación por lo que nos viene una situación complicada para un wannabe herrero nóvel, hay que formar una “curva dentro de una curva”. Si la lámina fuese recta, sería un solo eje de doblado, no habría problema, pero al formar una curva, el perímetro resultante va a ser mayor en la zona inferior que en la superior, y por tanto habrá que estirar el material según nos aproximamos al borde inferior de esta lámina.

 








 

En una armadura real esto habría que tenerlo muy en cuenta ya que el material se vuelve más delgado y por tanto su capacidad de protección disminuye. En mi caso eso es despreciable, y me pude centrar en sorprenderme de lo que bien que estira una lámina de tan solo 1mm.


Las siguientes láminas son mucho mas sencillas y sólo hay que seguir la linea de la primera. Las presenté y fui ajustándolas entre si para que no quedaran huecos y el ajuste fuese lo mejor posible. Esto esta muy bien, y lo vería más tarde, cuando las unes por remaches, pero en este caso la unión vertical sería por correas y debido a los remaches que sujetan las correas, ese ajuste tan bueno caería en saco roto.

 

  

Cuando tenía todo al gusto, lijé las láminas y volteé el borde de la inferior, coloqué las correas, y presenté. Resultó que el ángulo era muy pronunciado y sobresalía mucho hacia delante. 


(Como puede apreciarse, en esta primera aproximación la curva sobresalía mucho por delante)










(En esta imagen se puede ver lo bien que se amolda este timpo de sujección vertival a los movimientos de las piernas, al menos en el eje vertical)







 

Para solventarlo primero hice un “remetido” de la zona más delantera, lo cual tuvo su aquel para ir acomodando todas las láminas, ya que cada vez que tocaba algo había que revisar como interactuaban todas a su vez. Tras esto seguía sin convencerme el ángulo, así que lo apañé sobre la marcha colocando el faldón en la posición que me gustaba y marcando la línea vertical que proyectaba desde la coraza en las láminas. Corté el sobrante y ajusté de nuevo. Además, para quitarme la sensación de proyectar en la zona más delantera, le hice una forma concava, que aparte de ayudar a este efecto visual le daría mayor rigidez a las laminas, pero claro, a coste de muucho ajustes hasta lograr que todo cuadrase. 

  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Era un poco apaño, y se nota en que la separación entre las láminas no es homogénea, pero bueno, el resultado quedaba pintón. Al respecto de la unión por correas decir que es muy cómoda, las láminas se amoldan muy bien al movimiento aunque es bastante ruidosa si tienes que correr.


Como primer contacto con el modelado a martillazos de acero ha estado bien, el resultado es bastante aceptable y funcional. El resto, os lo contaré otro día.


 

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